Percibiendo la realidad...
Mi Señor: por este amor tan grande que me tienes, y por tu infinita misericordia, yo creía que me ayudabas, que me dirigías algo mi vida, y yo basándome en ello, creyendo que te he dado algo o suficiente, me dediqué a vivir así como estoy viviendo. Y como tú te me manifestabas y te sentía en ciertos momentos de mi vida, creía que estás o has estado siempre conmigo; pero, en realidad, no ha sido así. Yo me lo he creído y te he querido ignorar, y llevar así mi vida a mi manera engañándome inconscientemente, haciéndome creer que Tú me la llevabas, me la dirigías y así vivía y vivo pensando que tú quieres que viva así.
También reconozco, de todo corazón, que hasta ahora he sido yo, ha sido mi deseo, mi voluntad quien llevaba mi vida, y he tratado siempre de vivir haciendo todo, por lo tanto, a mi manera, esforzándome en todo yo solo, haciendo casi todo yo solo, sin escucharte a Ti, pensando además que era de tu agrado o tu deseo todo lo que hacía y que, por lo tanto, Tú me ayudabas.
Eso y mucho mas era lo que yo pensaba, creía; pero ahora lo reconozco y acepto sinceramente, honestamente, de todo corazón, que yo te he faltado, fallado, que he hecho mi voluntad en mi vida, a mi vida la he querido llevar yo, prevaleciendo en ella mis propios deseos e intereses, mis gustos, mis emociones, mis sentimientos, mi manera de pensar, sentir, decidir, deducir, mis obras, mis aptitudes, actitudes, mi todo; y en todo ello estaba reflejada la manera, el cómo me formaron, de acuerdo a las costumbres, esquemas, parámetros de lo que yo recibí, bien sea de mis generaciones, de mis antepasados, o de mi infancia, de mi adolescencia, mis estudios, enseñanzas y mucho más, por lo que tengo en mi inconsciente.
Reconozco, de todo corazón, que a través de ello, de todo eso, he sido yo quien ha llevado mi vida porque no me he dispuesto, no he estado disponible lo suficientemente a ti, Señor, para ti, Señor, como tú deseas, como Tú quieres para el bien de nosotros, y para deleite tuyo; porque por ese gran amor que nos tienes Tú quieres que yo viva mejor, como debe vivir todo amado servidor tuyo, y así ser un representante tuyo, mi Cristo, Señor de Señores, como tiene que ser, llevando así tu nombre bien en alto, y reconociéndote de corazón delante de todo el mundo como mi Señor y Salvador, llevándote a todas partes como Tú quieres que se te conozca, porque así ya no sería yo el único hablando, pensando, sintiendo, sino que tú, Cristo, vivirías en mi permanentemente, y no sólo por momentos, como hasta ahora lo he sentido en mi vida. Yo te he dado mi vida por momentos, por lo tanto algo de ella y no toda como te la entrego ahora.
A partir de este momento estoy dispuesto a dártela toda, toda mi vida; entregándome a ti completamente abandonarme en tus brazos para que Tú hagas con toda mi vida, mi ser, mi alma, mi corazón, mi espíritu, lo que Tú quieras. Disponible estoy para que tu continúes o comiences a hacer tu obra en mí. Y para esto Tú debes limpiarme, sanarme, liberarme, purificarme.
Por lo tanto: “Señor Jesucristo, amado mío, aquí estoy, heme aquí. Yo seré esa persona que tu quieres que sea, y yo haré lo que tu quieras, cuanto tu quieras, como tu quieras, e iré donde tu quieras que vaya. Heme aquí, amado mío. Te amo, Jesús, pero quiero amarte más, como me pides en el primer mandamiento: con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas. No quiero fallarte más, no quiero hacerte sufrir más; solo quiero darte alegrías, alivio en tus dolores, apaciguar tus sufrimientos por los demás, amarte más y amarte, sobre todo, por los que no te conocen, y por ellos compartir tus penas.
Aquí estoy, Señor, dispuesto a hacer tu voluntad y tu querer"
Amén.
("Reconocimiento", un artículo de:
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